Sombrita

He estado sin "voz" por estos lugares. Casi como una niña. Un infante. Esta palabra que si la buscan, sabrán que significa “el que no habla”. Latín Infans

Y qué cierto que en algunos momentos las palabras sobran.

Ayer estaba tirada en el pasto de mi u, cuando faltaba todavía media hora para el otro bloque de clases. Estaba pensando en todas las cosas que tenía que hacer después: todas ideas esperando ser hechos concretos. Mi mente parecía ir y volver entre puros laberintos buscando la forma más fácil de lograr que todo resultara. Pero siempre se perdía por la ansiosa búsqueda de inmediata solución. Solución fácil e inepta.

Mi celular sin batería y mis amigas en las mismas que yo, pero lejos de ahí, sólo me dejaban una alternativa: pensar. Y casi perderme de todo lo que pasaba justo en ese preciso momento.
Casi.

Estaba concentrada, mirando fechas y nombres escritos en mi cuaderno cuando sentí que alguien – o algo- se acercaba lentamente hacia donde yo estaba y hacía una sombra.

Levanté la mirada y vi que un niño de medio metro estaba parado frente a mí y me miraba atento. Al principio con los ojos bien abiertos y la boca cerrada. Las piernas hacían como que avanzarían pero no. Se quedaban donde estaban, un poco inquietas y exquisitamente torpes.

Yo, que estaba sentada con las piernas cruzadas, quedaba a la misma altura que él y me sentí imitándolo: también yo lo miraba. Y casi de igual a igual. Y él se sonrío.

- “Achunñiego”, dijo.

Yo no le entendía mucho. Él repitió lo mismo – o lo que creí igual a lo anterior- con perfecta actitud de querer contarme algo importante.
Pero yo sin entender y sintiéndome absurda, sólo me rendí a su tierna intención. Y le devolví la sonrisa.
Él abrió su mano y se tocó la cabeza.

Mientras lo hacía, miré alrededor, como en gran angular, y vi que no era sólo un niño. Eran ocho o diez. Y como cuatro más se acercaban a donde yo estaba. Uno estaba detrás de un árbol y decía algo parecido a un “hola”.
Otro llegaba cerca del jugo que tenía al lado del cuaderno, lo miraba y luego me miraba a mí.

- ¡Niños, vamos!, gritó de repente la tía a cargo del grupito. Los niños, reconociendo la voz, se dieron vuelta y la siguieron sin dudar los pasos.

Miré la hora y me había pasado 15 minutos de la clase que esperaba.
Me levanté del pasto y desde el metro sesenta y seis, volví a la perspectiva real y común de todos los días. Los miré cómo se formaban en fila y cómo ladeaban el cuello para ver quién hacía sonar con las zapatillas las piedras del camino.
Con el apuro ya los había dejado lejos, pero logré alcanzar a mirar al último entrar.

Y pensé que cuando te pasan estas cosas, es tan difícil explicar lo que significaron. Que ni idea de cómo explicar el momento. Que ni siquiera tiene mayor explicación tampoco.
Que a veces es tan lindo no entender nada.